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¡Soy una pila de nervios!: cómo detectar el trastorno de ansiedad

¡Compartir es demostrar interés!

POR Paola Florio

Comerse las uñas; abrir la heladera cada media hora; llenar la agenda de tareas que, de antemano, sabremos que serán humanamente imposibles de concretar; correr de un lado al otro; no soportar hacer filas ni esperar un turno; chequear el celular todo el tiempo; alterarse cuando tarda en cargar una página web en la computadora; poca cantidad de concentración y dificultades para conciliar el sueño, son algunas de las alarmas de que algo no funciona bien. Estos síntomas son típicos de un episodio de ansiedad, algo que les sucede a muchas personas.

La cabeza no se detiene, el pulso se acelera, el mundo parece derrumbarse y es agotador. Y quizás sea solo detenerse, respirar, quitarse esa sensación de agobio, la vivencia de derrumbe, pero no es tan fácil y esos repetidos intentos por bajar, generan más ansiedad como una rueda imparable: por eso se origina muchas veces en el intento desesperado de conseguir un equilibrio, búsqueda natural del ser humano, la tendencia hacia el centro.
«La ansiedad en sí no es ni buena ni mala, es una emoción como otras. De hecho, en mayor o menor medida, todos somos ansiosos y ello es necesario y hasta positivo.

Por ejemplo, si tenemos que ir a una entrevista laboral, tener cierto grado de ansiedad nos va a permitir estar atentos, poder anticipar obstáculos y desenvolvernos satisfactoriamente. Sin embargo, cuando se torna excesiva o su presencia se vuelve crónica, llega a generar un gran sufrimiento a quien la padece, limitando la vida cotidiana al punto que provoca mayores dolencias en el cuerpo», explica la licenciada Dalila Acuña, psicóloga del equipo de profesionales de los Centros de Diagnóstico DIM.
La persona ansiosa vive acelerada y, como resultado, baña sus actividades con velocidad. Es decir, tiene un conflicto con el tiempo: el reloj interno va más rápido que el externo y eso le hacer ver todo en cámara rápida.

Las múltiples presiones, el estrés y esa necesidad permanente de estar jugándole una carrera contrarreloj a la vida no colaboran en nada y se hace cada vez más común encontrarse con estos cuadros.

¿Cómo salir entonces de esta especie de laberinto?

Un día de 28 horas

Se realizó un primer estudio local sobre Epidemiología en Salud Mental; es el primer mapa de la prevalencia de estos trastornos y acaba de publicarse en la revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology. De acuerdo con este trabajo, que relevó los problemas mentales de siete regiones de nuestro país, los trastornos de ansiedad figuran precisamente como la clase diagnóstica más prevalente en la Argentina. Los padece más del 16 por ciento de la población. La ansiedad está primera en las consultas ambulatorias, seguida por la depresión, y creció la combinación de estos trastornos con el consumo de sustancias o adicciones.

La inseguridad y los problemas económicos son dos de los desencadenantes, por eso no es casual que seamos una de las sociedades con mayor consumo de ansiolíticos del mundo.
La inseguridad y los problemas económicos son dos de los desencadenantes, por eso no es casual que seamos una de las sociedades con mayor consumo de ansiolíticos del mundo.

«Hay personas que están muy ansiosas, no toleran tener que esperar, que las cosas no sucedan como las planean y esto les puede generar una sensación de angustia, miedo, aprensión e irritabilidad«, detalla la doctora María Florencia Albornoz, médica del Servicio Psiquiátrico del Hospital Italiano y coordinadora de la Residencia de Psiquiatría.

Para ella, hay factores predisponentes (genéticos, de personalidad, ambientales según el contexto de cada uno), factores desencadenantes (situaciones claves, obstáculos para conseguir logros, acontecimientos graves o consumo de drogas), y factores de mantenimiento, ligados a la gestión de la propia ansiedad (como el miedo al miedo, decisiones fallidas, fobias).

Los problemas de ansiedad se producen, normalmente, por una combinación de alguno de estos factores durante un período de tiempo.

Las mujeres tienen más riesgo que los hombres de padecer un trastorno de ansiedad y la prevalencia es de dos a uno (en el caso de la fobia social, las diferencias son menores).

Si bien hay una vulnerabilidad biológica, el contexto puede magnificar los síntomas y un entorno que genere muchísima incertidumbre y estrés, empeora la escena.

La inseguridad y los problemas económicos son dos de los desencadenantes, por eso no es casual que seamos una de las sociedades con mayor consumo de ansiolíticos del mundo.
«Hace unos meses viví un momento muy tremendo, me echaron del trabajo, pasaba el tiempo y no conseguía nada. Empecé a ver todo negativo, no podía enfocar en cosas buenas, iba a entrevistas laborales y ya llegaba a la reunión derrotada, toda transpirada, sabiendo que no lo lograría. He llegado a bajarme del colectivo y volverme a mi casa descompuesta», cuenta Carla, empleada en una farmacia. En ese entonces, no dormía y cada día que pasaba se ponía peor, así fue que pidió ayuda, comenzó yoga y aprendió algunas respiraciones.

«Todo comenzó a fluir, fui viendo los cambios, mi cuerpo se equilibró y cambié la energía. No fue magia, puse mucho de mi parte, es un día a día, reeducar la forma de vivir», asegura.

Mariana también se refiere a ese trabajo diario de poner algo de sí misma: «Todo el tiempo estoy lidiando con mi ansiedad. Voy siempre tratando de encontrar nuevas maneras. No soy buena meditando, me cuesta todo, bajar de la vorágine me cuesta. Pero según el momento, aplico a diferentes cosas. Trato de tener la ansiedad siempre a raya porque te lleva a un lugar horrible. Todo lo ves teñido y te tenés que cambiar de anteojos.

Cuando me registro ansiosa, como me conozco, me digo: ¡stop! Me conozco, y cuando te pasa eso de golpe no disfrutás, no conectás con el otro, y algo que es placentero te resulta un plomo. He hecho mil cosas diferentes para controlar la ansiedad, incluido el ejercicio físico».

Para ella, «cuando una persona está ansiosa, le genera alrededor una sensación rara y en los chicos se re nota la ansiedad. Como a uno le resulta fácil registrarlo en el otro, es importante registrarlo en uno y aprender a calmarnos y no enojarnos porque a veces somos muy duros con nosotros mismos; hay que ver de dónde viene. Soy muy racional, entonces trato de entender. Así como uno cuando tiene un resfrío trata de curarse, con la ansiedad también hay que hacer algo porque no se va sola. Hay que sacarla en el paso uno porque cuando se instala ya es muy difícil sacarla. Es bueno entender que a otras personas les pasa esto y comprender por qué les pasa, ayuda. Para mí, hoy todo genera ansiedad, empezando por el teléfono. Pero a la ansiedad, yo la abrazo, no la combato».
Las alarmas
«La ansiedad es una emoción común a todos los seres humanos y es satisfactorio tenerla –explica Acuña- ya que, como el resto de las emociones, está presente porque tiene utilidad para nuestra especie. Su función es prepararnos para situaciones potencialmente peligrosas. Gracias a la ansiedad nos preparamos mental, conductual y fisiológicamente para lo que podría ser una situación concreta de amenaza o peligro (por ejemplo, un incendio, un robo, un ataque, etcétera)».
La especialista nos enseña a detectar cuándo esta sensación se está yendo de lo normal y deberíamos prestarle atención. Puede expresarse con tres componentes: corporal o fisiológico, mental o cognitivo y conductual.
– Corporal: son las sensaciones físicas que podemos notar cuando nos ponemos nerviosos. Se manifiesta como temblor, mareo, taquicardia, sudoración, tensión muscular, etcétera.
– Cognitivo: son los pensamientos o imágenes que anticipan alguna amenaza o peligro, como «me voy a sentir mal», «me van a despedir», «me van a mirar mal» y así plagado de frases frenadoras.
– Conductual: sucede que cuando nos sentimos de tal manera y pensamos de tal otra, la conducta tenderá a evitar o escapar de la situación amenazante como posponer, cancelar, no asistir a tal lugar, entre otras.

Se puede controlar
En la ansiedad es donde mejor funcionan las estrategias de la vida sana. La doctora Albornoz enumera algunos cambios que se deberían hacer para bajar decibeles:
– Realizar actividad física regular: actividad aeróbica y yoga o meditación.

– Una alimentación balanceada. Una dieta que incluya frutas y verduras de estación, cereales integrales, legumbres, agua, evitando productos industrializados (como harinas blancas y dulces, ya que estos últimos predisponen a estados de ansiedad sobre todo en niños y personas vulnerables) y nada de productos que contengan cafeína (café, té, mate, bebidas cola).

– Iniciar un tratamiento psicológico, que puede ser individual o grupal. Si la ansiedad supera cierto nivel, se puede recurrir al tratamiento psiquiátrico donde el médico evaluará si debe incluir psicofármacos (generalmente, antidepresivos y los benzodiacepinas, intentando no superar las 6 semanas de uso).

Es fundamental ponerse en acción: actuar más y pensar menos. «¿Qué puedo hacer?», debería ser el lema para administrar la ansiedad.

Lo ideal: armar un plan. Escribir todo aquello que nos altera para enfrentar nuestro miedo, activar las emociones positivas, tener proyectos, juntarnos con gente que nos transmita tranquilidad y recordar que, a medida que vamos creciendo, la experiencia se transforma en aplomo y seguridad. Vale la pena realizar ese recorrido para poder vivir mejor.

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