El secreto de Polonia para convertirse en una potencia en educación en apenas 20 años
En los primeros lugares de las clasificaciones internacionales de educación, cerca de las potencias conocidas en este campo como Finlandia, Singapur y Corea del Sur, está un país que empezó a avanzar hace relativamente poco pero con una constancia y velocidad sorprendentes: Polonia.
En la edición más reciente del informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) que en 2019 evaluó a 600.000 estudiantes de 15 años en 79 países o regiones, Polonia se ubicó entre los 10 mejores del mundo en los exámenes de lectura, matemáticas y ciencia.
Para efectos comparativos, los estudiantes polacos lograron, en promedio, casi 100 puntos más que los brasileños en lectura: 512 contra 413, y alcanzaron 129 puntos más en la evaluación de matemáticas.
La prueba, realizada por la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico), intenta medir las capacidades de alumnos en todo el mundo en la comprensión de textos, la captura de información clave, y el entendimiento y aplicación de conceptos matemáticos y científicos.
El éxito polaco, cuyas puntuaciones superan incluso las medidas de la propia OCDE, llama la atención porque ocurre en un país que hace sólo unas décadas era mediocre en educación. Y que además tiene un pasado reciente de devastación y pobreza.
Muerte y destrucción por la guerra
Se calcula que a fines de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), cuando Polonia pasó de la ocupación nazi a la esfera comunista del Este de Europa, habían muerto seis millones de personas. Ciudades como la capital, Varsovia, Breslavia y Gdansk, estaban en ruinas.
En los años del post comunismo la situación del país tampoco fue alentadora social y económicamente.
«Es difícil describir en pocas palabras el desorden que asoló a Polonia durante medio siglo. Después del derrocamiento del comunismo, en 1989, la hiperinflación entró en escena y dominó al país. Las estanterías de los supermercados estaban vacías, y las madres no conseguían encontrar leche para sus hijos», dice Amanda Ripley, autora de «Los niños más inteligentes del mundo» (ed. Três Estrelas, 2013), un libro que analiza las experiencias de los sistemas educativos más exitosos del mundo.
El panorama de la educación también estaba en ruinas, apunta la autora. Solamente la mitad de los adultos de las áreas rurales del país había concluido la enseñanza primaria.
Incluso en 2010, dice Ripley, cuando Polonia entró a la Unión Europea y después de reformas que promovieron el libre mercado en el país, «aproximadamente uno de cada seis niños polacos vivía en la pobreza. En un estudio de Naciones Unidas sobre bienestar infantil, Polonia figuraba en la última posición del mundo desarrollado».
Para entonces Polonia ya atravesaba intensas reformas, a las cuales muchos analistas atribuyen las altas tasas de crecimiento económico que persisten hasta hoy, aunque iban acompañadas de desafíos políticos. Una de esas reformas era en educación.
Valoración de profesores, autonomía y «terapia de choque»
Esa reforma, en 1999, es descrita por Ripley como una especie de «terapia de choque»: en el curso de solo un año, Polonia implementó un currículo escolar más riguroso, pero con menos temas para abordar; las escuelas tuvieron más autonomía para escoger libros de texto entre centenares de opciones preaprobadas de didáctica y contenido.
«El nuevo programa ofrecía los objetivos fundamentales pero dejaba que la escuela se hiciera cargo de los detalles. Al mismo tiempo, el gobierno exigió que un 25% de los profesores volviera a la facultad para perfeccionar su propia formación», explica Amanda Ripley.
Esto obligó a una gran inversión en los profesores, tanto su capacitación como en su remuneración y bonificación, y también en evaluación que permitiera medir el desempeño al final de cada ciclo e identificar qué alumnos, escuelas o profesores requerían más ayuda del gobierno.
Esto reflejaba, dice la autora, «que los profesores ya no eran trabajadores de nivel inferior».
En cuanto a las evaluaciones, la idea «no era solo (lograr que los alumnos) acertaran en las respuestas correctas, sino queríamos que ellos pensaran estratégicamente y queríamos saber como entendían los problemas», le dijo a la BBC en 2015 Janusz Wolosz, consejero de educación de la embajada de Polonia en Reino Unido.
Antes de la reforma, cuando los alumnos llegaban a los 15 años de edad, al primer año de secundaria, se encaminaba a los polacos, en base a su desempeño, a cursos profesionales/técnicos o a la educación regular/académica.
Esa división, llamada «categorización», fue, con la reforma, postergada un año. O sea, algunos tuvieron 12 meses más de estudios en la escuela tradicional y sólo podían dejarla a los 16 años.
Y para acomodar ese año adicional, fue necesario construir, rápidamente, 4.000 escuelas más en todo el país.
«La diferencia eran solo 12 meses, pero eso traería consecuencias sorprendentes» en la educación, dice Ripley, y cita un punto crucial: «Aumentaron los expectativas acerca de lo que los estudiantes eran capaces de lograr».
«En otras palabras, el sistema exigía más responsabilidad por los resultados y al mismo tiempo concedía más autonomía sobre los métodos. Esa misma dinámica podía encontrarse en todos los países que habían mejorado de forma acentuada en sus resultados, incluido Finlandia».
Resultados
Incluso antes de la reforma, Polonia había logrado que todos sus niños asistieran a la escuela, explica Claudia Costin, que fue directora global de educación del Banco Mundial y hoy dirige el Centro de Excelencia e Innovación en Políticas Educativas de la FGV Rio (Escuela de Derecho Fundación Getulio Vargas de Rio de Janeiro).
«Todos los países de la esfera soviética universalizaron el acceso a la educación. Esa educación podía tener una serie de problemas, pero no dejaba a los niños fuera de la escuela», le dice a BBC NBrasil.
Costin explica que mantener a los alumnos un año más en la educación tradicional, entre los 15 y 16 años, fue uno de los aspectos más significativos de la reforma polaca, el cual está confirmado con datos: esos estudiantes (que antes hubieran sido transferidos a escuelas técnicas) lograron, en el primer examen PISA en 2000, más de 100 puntos más que sus colegas que, en ese momento, ya habían sido transferidos.
Los expertos creen que cuando los estudiantes son enviados a cursos técnicos en base a sus notas, algunos pierden la motivación y disminuye su aprendizaje.
Como cualquier evaluación, PISA no es una medición perfecta. Sólo evalúa algunas habilidades dentro de un marco determinado. Pero específicamente para Polonia éste tiene una importancia crucial porque comenzó a ser implementado en 2000, justamente cuando las reformas entraron en vigor, lo que ofrece un panorama del antes y después de la educación.
«De 2000 a 2006, las calificaciones promedio de lectura de los estudiantes polacos de 15 años de edad subieron 29 puntos en PISA», cuenta Ripley.
«Fue como si los polacos de alguna forma habían metido dentro de su cerebro casi tres cuartos de un año lectivo de aprendizaje adicional. En menos de una década, los alumnos habían pasado de un desempeño inferior al promedio del mundo desarrollado a una calificación superior al promedio».
En la prueba siguiente, en 2009, los polacos superaron a otros países desarrollados con inversiones muy superiores en educación, como Estados Unidos.
Ese rendimiento continuó avanzando, según los datos de PISA. En la edición más reciente del examen, divulgada a principios de diciembre, los estudiantes polacos mantuvieron sus promedios superiores a los demás países de la OCDE en tres esferas evaluadas: lectura, matemáticas y ciencia.
Un análisis del Banco Mundial señala que el aumento en las calificación del país en PISA fue «mejor y más consistente que el de cualquier otro país cercano».
Las lecciones -y los problemas- de Polonia
«Es muy impresionante: un país que fue destruido en la guerra hoy muestra resultados muy consistentes», dice Mozart Neves Ramos, director de innovación del Instituto Ayrton Senna y miembro del Consejo Nacional de Eduación de Brasil.
Neves Ramos conoció el sistema polaco hace algunos años durante una visita cuando era rector de la Universidad Federal de Pernambuco.
«Vi en ellos una visión sistémica, de mejorar tanto la educación básica como la superior (sin priorizar una u otra)», afirma. «Ellos también están muy enfocados en la formación de los profesores igual que todos los países de los primeros lugares (de PISA). Todos los estudios muestran que ese es el factor que más logra una diferencia, entre los factores que tienen un impacto en la educación».
En su libro, Ripley reconoce que el país ha tenido éxito en mostrar que es posible avanzar teniendo diligencia y altas expectativas sobre sí mismos: cuando se ganaron las apuestas que se habían hecho sobre los estudiantes, los directores de las escuelas comenzaron a contar con profesores más talentosos y comprometidos, y los resultados positivos iniciales comenzaron a ganar terreno y a retroalimentarse.
Otro asunto clave, como muestran distintos estudios, fue la incorporación de la educación en una agenda esencial y estratégica para que el país creciera y compitiera al mismo nivel de la fuerza laboral del resto de la Unión Europea.
«Sin mejoras en la educación, los polacos estarían relegados a los empleos inferiores no calificados y de muy baja remuneración, y harían el trabajo que otros europeos no quieren hacer», afirma Ripley.
Pero eso no significa que las reformas resolverán los problemas educativos -y socioeconómicos- del país.
El ministro responsable de los cambios en educación, Miroslaw Handke, renunció al año siguiente de la reforma sin conseguir los recursos necesarios para aumentar, al nivel prometido, el salario de los profesores.
En un informe de 2015, la OCDE afirma que aunque la autonomía sobre el currículo de Polonia es superior al promedio de los demás países del grupo, la remuneración de los profesores polacos está por debajo del promedio no sólo de la organización sino que también es inferior al de otros profesionales polacos de educación superior.
A pesar de algunos aumentos recientes en el salario docente, sólo 18% de los profesores del país cree que su profesión está valorada por la sociedad.
En abril de este año, esos profesores realizaron una histórica huelga en Polonia, paralizando más de la mitad de las escuelas en las grandes ciudades.
Pero la demanda de mayores salarios al final no fue atendida por el gobierno, dirigido por el partido populista y nacionalista de extrema derecha Ley y Justicia (PiS), que fue reelegido en octubre.
Esta misma elección también dejó en evidencia los desafíos políticos de Polonia: el PiS fue acusado de interferir en el funcionamiento de la prensa y el sistema judicial, y de aumentar el aislamiento de Polonia en la Unión Europea por sus actitudes consideradas antidemocráticas.
«Durante décadas, científicos políticos exageraron al decir que Polonia es una gran historia de éxito de transición del comunismo a la democracia», escribe el científico político germano-estadounidense Yascha Mounk en un artículo publicado en octubre en el diario brasileño Folha de S. Paulo.
«Esa narrativa comenzó a ser puesta en duda cuando el PiS llegó al poder, en 2015. El legendario líder Jaroslaw Kaczynski comenzó inmediatamente a atacar el Estado de derecho y a limitar la independencia de las instituciones fundamentales, como la red de radio y TV púbica del país».
En educación, el país avanzó enormemente, pero no llegó al nivel de calidad e igualdad de referencias como Finlandia, apunta Ripley en su libro.
«La calidad de los colegios para la formación de profesores varía tremendamente. Los profesores que logran conseguir trabajo no ganan salarios suficientemente buenos. Hasta que no logre mejorar el rigor y resolver el problema de la calidad de la educación, Polonia jamás será Finlandia», concluye.
«Aún así Polonia ha logrado un avance revolucionario y espectacular, demostrando que incluso los países que han sufrido adversidades pueden lograr una mejoría en su educación en cuestión de pocos años».
«El rigor es algo que puede ser cultivado No tiene que aparecer de manera natural. De hecho, no hay evidencia de que haya surgido de forma natural en ningún país. Es posible aumentar las expectativas. Los gestores y dirigentes educativos atrevidos que no se consideren sabelotodos podrían ayudar a formar toda una generación de niños más inteligentes», asegura Ripley.
La Nacion